Correspondencia

                                                                                                              10 de marzo

Querida Blanca,

    Estuve posponiendo por un buen tiempo escribirte esta carta. No porque no tuviera qué decirte; por el contrario, sucedieron varias cosas estos últimos meses que me siento en la obligación de comunicarte. Creo que la principal razón del retraso fue el miedo. Pero eso ya ha quedado muy atrás. Después de todo, ya han pasado 6 meses desde que partí de Argentina. Mi queridísima, la vida en Francia es sublime, o como diría un francés del que he logrado hacerme un importante allegado, ‘la vie en France c’est merveilleux’.  He tenido la suerte de poder conocer gran parte de la región sureste del país, incluida Niza, Antibes – ubicada en el corazón de la Costa Azul -, algunos de los míticos pueblos de la Provenza y las montañas del Luberon. Estoy seguro de que estarías tan maravillado como yo si tuvieras la oportunidad de visitar estos lugares.

   Desde que llegué aquí he estado quedándome en distintas fincas y estancias asentadas en lugares poco entrañables como son las cunetas de las autopistas. Los franceses, en general, han sido muy amables conmigo; quiero decir que han sido de mucha ayuda en ocasiones de extrema necesidad (no te imaginas la facilidad con la que uno puede desviarse de la carretera correcta en éstas ciudades). Hace poco más de un mes decidí comprar un coche con el fin de poder desplazarme con mayor comodidad a través de la región.  Es un coche sencillo y barato, pero ya he alcanzado a recorrer más de 700 kilómetros gracias a él. Ahora mismo estoy escribiéndote desde una quinta en Castelnou, un pequeño pueblo medieval al sur del país rodeado de casas y más quintas de aspecto rústico. Es un lugar frío y se pone más helado aún por las noches. Es en esos momentos cuando más pienso en vos y también cuando más te extraño. Es en esos momentos cuando imagino tu torso desnudo junto al mío en un mismo lecho, con mis dedos recorriendo suavemente cada rincón de tu piel y una música de fondo propicia a ese instante de unión fugaz. Una fugacidad característica de nuestros cuerpos, siempre ansiosos por llegar al éxtasis que provoca mi boca contra la tuya. Aquí, en este lugar solitario y frío, recuerdo tus ojos taciturnos, tu mirada sombría y tu gélido andar, avivados por los tiempos de pérdida. También recuerdo esa última vez. La última vez que nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo eterno mientras tus mejillas se humedecían de desolación y tus rodillas se estremecían de frío. Recuerdo tus últimas palabras, tan cargadas de pesadumbre y miedo, y tu último beso, tan agrio y fatal como el veneno más mortal. Insistí que vinieras conmigo, pero no lo quisiste así. Vos, desolada, insististe en que me quedara, pero yo te recordé que habían allanado la imprenta, que ya había sido marcado por ellos. Me veía forzado a huir. Te costó entender el porqué de mi decisión, el porqué de abandonarte, pero nunca quisiste admitir que desde que desaparecieron a tu hermano, ya te habías abandonado a vos misma. Antes de partir, te forcé a quemar los libros que te empecinabas en mantener a escondidas. No podía irme sin asegurarme de que estuvieras fuera de peligro. Odiaste. Y así me fui. Con mi cabeza gacha, azotado por tu mirada cruel y un silencio obscuro.  

   Dentro de estas cuatro paredes que me aprisionan, te espero.  Te espero a vos, a tu torso desnudo, tus ojos, tus labios, pero también espero tus lágrimas, esas que retuviste durante tanto tiempo y que los tiempos te obligaron a despedir.  En una noche como ésta, nos imagino paseando de la mano por los espacios más extravagantes de la Costa Azul, admirando las rutas de lavanda de la mítica Provenza, compartiendo la mejor suite matrimonial en algún hotel de Niza, nosotros dos solos. Evocando esas imágenes con el objeto de no sentirte tan lejana, mi estrategia, querida. Espero que estés cuidándote de la mala junta. Tus padres no soportarían perder otro hijo. Y yo tampoco soportaría perderte. Las cosas están demasiado complicadas allá. Cuidate, por favor.  Y no andes sola de noche. Contame cómo te va en la facultad, cómo están tus padres. Contame si seguís soñando conmigo, así no te siento tan lejos. Mi corazón está con vos, Blanca. Siempre.  Y recordá: te espero, si querés venir.

                                                                                                               Tuyo, Manuel

 

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